jueves, 11 de noviembre de 2010

Novedades en el vecindario (Columna Bajo la Sombra del Olivo-Página Siete-11/11/10)

Hay novedades en el vecindario. Argentina y Brasil acaban de rugir, y eso, de cualquier manera, tiene que interesarnos. Digo rugir porque, aunque no nos demos mucha cuenta, vivimos al lado de dos leones de cierta envergadura. Y digo también sin darnos mucha cuenta porque, curiosamente, somos vecinos de una potencia mundial y no nos damos mucha cuenta de aquello. Aparte de venderles parte de nuestro gas y de exasperarlos ocasionalmente con alguna victoria futbolística en el Hernando Siles, nuestras relaciones con el Brasil son muy discretas. Discretas en el mejor sentido del término, en el entendido de que a veces puede ser muy complicado para un país chiquito compartir fronteras con un monstruo. Con Argentina probablemente nos une algo más de historia común, y la gran cantidad de migrantes bolivianos.

El rugido argentino fue más un grito de dolor, producido por la muerte de Kirchner. Sólo algunos medios, ciertos poderosos empresarios y otros políticos de oposición, se alegraron, con estúpida ingenuidad, seguros de que la muerte del ex presidente les favorece. El resto, la gran mayoría del pueblo argentino, que poco tiene que ver con los porteños que cruzamos en las elegantes calles de Buenos Aires, lo lloraron como si hubieran perdido a un padre. Se les fue el político más importante del país, o más bien los dejó, en todo su estilo, ignorando las prescripciones médicas que le indicaban una vida de reposo, dando batalla todos los días, haciendo lo que debía hacer, en su ley.

Llama la atención en un país que hace pocos años se caía a pedazos, ver aquellas inmensas multitudes con la dignidad reparada, la frente altiva, la conciencia clara y el puño en alto, rindiendo homenaje a su líder y prometiendo lealtad absoluta a su presidenta. Ese país, quebrado y envenenado por el saqueo neoliberal, nos mostró un rostro juvenil remozado, reproducido en millones de jóvenes reconquistados por la política. Así es el peronismo, una especie de religión, capaz de reinventarse una y mil veces en expresiones incomprensiblemente diversas, pero siempre poderosísimas.

Esa partida triunfal, ese final de ópera, luego de haber presidido un gobierno que le dio la vuelta a su país, de haberse proyectado internacionalmente como secretario de Unasur, y en vísperas de ser reelegido, le ha ganado un lugar al lado de Perón y Evita, en lo que será en adelante la santísima trinidad de la política argentina. Así son los argentinos en la construcción de sus referentes, completamente místicos.

De Dilma Rousseff, sabemos menos, pese a su dilatada trayectoria política (pero ya lo decíamos, de Brasil siempre sabemos poco). La información que circula sugiere que es una hechura política de Lula para garantizar la consolidación de su legado. De ser así, habrá que decir que generalmente los delfines tienden a tratar de diferenciarse de sus mentores, con estilos, iniciativas y agendas propias y particulares, para no ser fagocitados por su sombra. En todo caso, Rousseff recibe un país que surfea en la cresta de la ola y que apunta con renovada energía a ser “o mais grande du mundo”. No le va a ser fácil despegarse de la figura de Lula, que desde una izquierda moderada pero izquierda al final, puso al Brasil en la primera línea de la política y la economía mundial. Con esos antecedentes, Unasur o la OEA parecen quedarle chicos al ex presidente, que a partir de ahora será una figura mundial, es decir una especie de Bill Clinton made in south america. Ojalá la presidenta Rousseff mantenga esa posición inteligente hacia Bolivia, que sostiene que al Brasil no le conviene tener un vecino pobre.

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